El Pensar Bien y Mal.
Kenneth E. Hagin.
Capítulo 1 – El Pensar Bien y Mal.
"Mas ¿qué dice? Cerca de ti está
la palabra, en tu boca y en tu corazón Esta es la palabra de fe que predicamos:
que si confesores con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón
que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree
para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación"
Romanos 10:8-10
Lo que nosotros pensamos determina
nuestra creencia. Si pensamos mal, creemos mal. La Palabra de Dios nos es dada
para corregir nuestro modo de pensar.
Si nuestra creencia es errónea,
nuestra confesión lo será también. Es decir, nuestras palabras serán erróneas
como resultado de nuestra manera de pensar.
Jesús dijo en Marcos 11:23:
"porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate
y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo
que dice, lo que diga le será hecho". Solemos hablar mucho del creer, pero
no hablamos tanto del decir. Claro es que no podremos hablar correctamente
hasta que pensemos correctamente. Nuestro pensar tiene que estar de acuerdo con
la Palabra de Dios, porque no podemos creer más que lo que sabemos de Su
Palabra. Muchos siguiendo la religión metafísica basada en la ciencia de la
mente, causan confusión porque creen que el hombre es nada más que un ser
mental y físico. Pero el hombre es más que esto: es también un ser espiritual.
Los que sostienen aquel punto de vista han hecho tanto de la mente que los del
Evangelio Completo temen usar esa palabra. Sin embargo, la Palabra de Dios,
tiene mucho que decir de la mente.
La Biblia dice: "Fíate de Jehová
de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia" (Proverbios
3:5). La Biblia dice: "Derribando argumentos y toda altivez que se levanta
contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo" (2°Corintios 10:5). La Palabra de Dios también dice:
"No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la
renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cual sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). La Palabra
entendimiento viene de la misma palabra griega escrita en Efesios 4:23 "Y
renovaos en el espíritu de vuestra mente".
El estudio de la Palabra de Dios
renueva la mente. Le enseña a "tener la mente de Cristo." Únicamente
se puede tener la mente de Cristo estudiando Su Palabra, creyéndola en el
corazón y haciendo lo que ella dice. La Palabra de Dios también nos enseña a
pensar en "todo lo bueno, lo puro y lo honesto, si hay virtud
alguna". La Palabra de Dios sí, tiene mucho que decir acerca de la mente.
Debemos darnos cuenta de que los
pensamientos pueden llegar a nuestra mente de dos fuentes distintas. Los
pensamientos que se presentan a nuestra mente no siempre tienen su origen allí.
Desde afuera el diablo pone en nuestra mente muchos pensamientos. Algunos
pensamientos vienen de afuera; y también hay los que vienen de adentro de
nuestro espíritu, que son de Dios. Si permanecemos en comunión con el Señor
mediante la oración, la meditación, y el estudio de Su Palabra, aprenderemos a
determinar de dónde vienen estos pensamientos. Naturalmente, los pensamientos
malos son del diablo. Dios es amor, y el amor no piensa nada malo, no oye nada
malo, ni ve nada malo.
No se puede gozar de las cosas
espirituales de Dios y a la vez hablar tonterías y participar en los placeres
de este mundo, por inocentes que parezcan. Por la palabra "placer"
quiero decir esa necesidad que algunos sienten de tener escapadas para
divertirse cada semana o varias veces al mes.
Pero la Palabra declara que Él es la paz de nuestra mente, nuestra
fuerza, nuestra alegría y nuestro consuelo. Muchos suelen usar toda clase de
excusas al hacer estas cosas inútiles, pero la verdad es que toman placer en
ellas. En las cosas espirituales, es todo o nada. No debemos permitir que los
placeres ocupen todas nuestras horas libres.
Cuando uno se refiere a la parte de
las Sagradas Escrituras que trata de la mente, hay muchos que no la entienden.
Si uno se refiere a la parte que trata del creer, hay muchos que creen tenerla.
(Y pueden tenerla en la mente sin tenerla en el corazón.) Si se habla del
"pensar," casi todo lo que muchos pueden creer es el lado negativo.
Hay dos lados del asunto, el negativo y el positivo. El lado positivo es el más
importante. El lado negativo de cualquier cosa tiene su lugar, pero no es el
más importante.
Cuando se menciona la palabra
"confesión," la mayoría piensa en confesar sus pecados, sus
debilidades, o sus fracasos. La Biblia dice: "Si confesamos nuestros
pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de
toda maldad" (1°Juan 1:9). Pero la Palabra de Dios tiene mucho más que
decimos del lado positivo que del lado negativo. Si la gente se diera cuenta de
esto, una gran diferencia ocurriría en su vida y en su pensar; pero casi no han
oído más que el lado negativo, y como resultado han empleado sólo lo negativo:
"Tú no harás esto ni aquello".
Por ejemplo, la Biblia dice: "Si
confesores con tu boca que Jesús es el Señor . . . " Esta no es la
confesión de pecado, ni es la confesión de debilidad. Es la confesión de lo que
Él es. "... y creyeres en tu
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón
se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación". Esta
no es una confesión negativa. Es una confesión positiva.
El Cristianismo ha sido llamado la
Gran Confesión. Hebreos 3:1 dice: "Considerad al apóstol y sumo sacerdote
de nuestra profesión" (Algunas Biblias dicen en el margen
"confesión").
A estas alturas nos ayudará el definir
la palabra "confesión." Primero, es afirmar algo que creemos;
segundo, es declarar algo que sabemos; tercero, es testificar de una verdad que
hemos abrazado. Por lo tanto se puede ver que la confesión tiene gran
importancia en el Cristianismo porque es la afirmación de algo que creemos, la
declaración de algo que sabemos, y el testimonio de una verdad que hemos
abrazado.
Es necesario, como advierte Hebreos
4:14, que retengamos nuestra confesión. Hay que confesar continuamente que
hemos sido redimidos del dominio de Satanás y que él ya no nos oprime con el
miedo a la condenación o a las enfermedades. Tenemos que mantener firme nuestra
confesión, porque nuestra confesión es la derrota del diablo. Hace casi dos mil
años Jesús derrotó a Satanás en el Calvario, pero lo que Él nos hizo legalmente
tiene que hacerse una realidad viva y vital en nuestra vida. El lado experimental
de ella es el lado vital, y jamás entenderemos bien la Palabra de Dios hasta
ver claramente los dos distintos aspectos de nuestra redención: El aspecto
legal y el aspecto vital.
Solemos rogar: "Dios, salva a
este hombre" o "cura a esa mujer." Pero sabemos que en la mente
de Dios, ya los ha curado y los ha salvado. En otras palabras, "Dios
estaba en Cristo reconciliando al mundo a Sí Mismo". Jesús no tiene que
morir de nuevo para salvar a nadie. Ya lo ha hecho, ¿no es verdad? No derramará más Su sangre. Legalmente, Dios
ya lo ha hecho.
Si se trata del aspecto legal de la
redención y se predica únicamente de él, la gente no experimentará nada en su
vida. Esa es la gran dificultad con muchas iglesias denominacionales. Si se
examinan las cosas predicadas, son legalmente la verdad. Pero el hombre se ha
vuelto frío, muerto, y formal porque no ha predicado más que un lado de la
redención, el lado legal, y no ha llegado a ser una realidad vital en su vida.
Al contrario, si se predica sólo el
lado vital, el lado de la experiencia, desvaríos, fanatismo y radicalismo serán
su resultado. Tiene que haber un equilibrio entre los dos para que se pueda
gozar vitalmente de todo lo que Dios ha provisto legalmente.
Si uno predica de la experiencia
solamente, la gente buscará la experiencia aparte de la Palabra de Dios. Lo que
el Señor nos ha comprado, hecho y provisto legalmente, se verifica en nuestra
experiencia al creer de corazón la Palabra de Dios y al confesar con nuestra
boca que es la verdad, que es nuestra.
Por ejemplo, uno puede ver eso en la
salvación cuando Pablo, escribiendo a los creyentes de Roma, dice: "La
palabra de fe que predicamos". Esto no se puede ver en el Antiguo
Testamento porque aquella gente no tuvo la experiencia que nosotros tenemos. No
pudieron entender ni siquiera lo que habían profetizado. Tampoco podemos verlo
en los cuatro Evangelios porque lo que Jesús vino a traernos no estaba
disponible en aquel entonces. Él perdonaba los pecados, pero nosotros tenemos
más que el perdón de los pecados; somos hechos criaturas nuevas. Todo eso no se
nos hizo alcanzable hasta que Jesús murió, fue levantado de los muertos, y
sentado a la diestra de Su Padre. El nuevo pacto no fue vigente hasta que el
sumo sacerdocio del Nuevo Testamento empezó a funcionar. Jesús es el Sumo
Sacerdote del Nuevo Testamento.
Para algunos es difícil comprender
algunas cosas porque han creído que éstas regían mientras Jesús estaba aquí en
la tierra. Pero dichas cosas no estaban en vigor. Algunos hombres en la tierra,
sí tuvieron el poder para perdonar los pecados, pero nosotros tenemos más que
el mero perdón de pecados. Somos hechos criaturas nuevas en Cristo Jesús. Hemos
nacido de nuevo.
Si una persona nacida de nuevo peca,
"Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados". No se nace de nuevo repetidas veces. El hombre nace de nuevo
solamente una vez. Pero, gracias a Dios, puede ser perdonado de sus pecados
muchas veces.
Hebreos 10:23 declara:
"Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión (confesión) de nuestra
esperanza (porque fiel es el que prometió)". Aquí está otro versículo en
Hebreos que nos dice que mantengamos firme la confesión de nuestra fe.
Es menester que sin reserva nos
mantengamos firmes en afirmar lo que creemos. Es necesario que nos aferremos a
la verdad que hemos abrazado.
En Romanos 10:9-10 leemos: "Que
si confesores con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que
Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
Porque con el corazón se cree para justicia. . ." La gente oyó la
predicación de la Palabra de Dios. Esta les iluminó el pensar y les mostró que
estaban perdidos, que eran pecadores, que no podían salvarse a sí mismos, que
no podían hacerse justos, que no podían redimirse, pero que Dios envió a Su
Hijo a este mundo y condenó al pecado en la carne. A través de Cristo, Dios nos
hizo alcanzable la salvación, "porque no hay otro nombre bajo el cielo,
dado a los hombres en que podamos ser salvos," sino el nombre de Jesús.
El pecador sencillamente le dice a
Dios: "Dios mío, yo soy pecador. No puedo salvarme. Por tu Palabra sé que
no puedo hacerme justo, pero Te doy las gracias porque me has amado y has
enviado al Señor Jesús a morir por mí. A través de Su justicia puedo alcanzar
redención. Creo que Él murió por mis pecados según las Escrituras. Creo que Él
fue resucitado de entre los muertos y que es mi justificación. Le confieso ahora y le recibo como mi
Salvador."
Este es el pensar de acuerdo con la
Palabra y el creer lo que ella dice. El confesarlo crea en el espíritu humano
la realidad de la salvación.
Nunca estuve satisfecho con la forma
en que la gente del Evangelio Completo trataba a los pecadores. A veces los
hemos dejado a sus propios recursos, buscando a Dios a tientas. Le hemos dicho:
"Siga orando, siga suplicando". Pero para ser salvo se necesita algo
más que la oración. Si uno no ora de acuerdo con la Palabra de Dios, no logrará
nada. He visto a muchos venir al altar, personas fervorosas y sinceras, que sin
embargo se han ido sin ser salvas. Esto solía molestarme; así que pregunté:
"Señor Jesús, ¿qué pasa? De los que
vienen al altar, sólo la mitad de ellos se salvan. Estoy seguro que son
sinceros o no hubieran venido. Sé que la falta no está en Ti porque Tú nunca
cambias."
Se decía: "Unos satisficieron las
condiciones, y otros no." Pero el problema persistió. Había que analizar
la situación y averiguar por qué no satisficieron las condiciones. ¿Sabían las
condiciones? ¿Estaban debidamente instruidos?
Esperando ante el Señor, Él me mostró
que tratábamos mal con el pecador y entonces me dijo como debía hacerlo. Desde
aquel día hasta hoy, jamás he tratado con un pecador que haya venido al altar
para ser salvo, y que no haya sido salvado, ¡ni siquiera uno! Algunas veces tenemos problemas con los que
abandonan la fe, pero yo digo que todos los pecadores con quienes he tratado
han sido salvos. Hay pastores que me han
dicho tres o cuatro años después de una campaña mía que no han tenido ni
siquiera una persona que haya vuelto atrás.
Hay una gran diferencia de acuerdo con
la base sobre la cual hayan empezado. Si en un principio se corrige tanto el
pensar de un pecador, como su creer y su confesión, entonces le será más fácil
quedarse firme. Si comienza sobre una base falsa entonces el diablo se
aprovecha de lo que aquel no sabe y el infeliz se encuentra derrotado y robado
de lo que Dios ha hecho por él. Claro, si no ha sido enseñado de la Palabra a
mantenerse firme en la confesión de su fe, naturalmente el diablo disimulará la
situación y tratará de hacerle sentir que no ha sido salvo. Por los errores
pequeños que hace, el diablo le dice: "Ahora estás perdido; más vale que
te rindas y lo dejes."
En cuanto a la sanidad, el principio
es el mismo. Recuerde que la confesión es la derrota de Satanás. De hecho
Hebreos 4:14 dice: "Por tanto, teniendo un gran sumo sacerdote que
traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, persistamos en decir la misma
cosa".
¿Qué quiere decir esto? Tenemos un gran Sumo Sacerdote que ha pasado
a los cielos, Jesús el Hijo de Dios. Él está allí representándonos ante el
Padre. Dice: "Por ellos morí; llevé sus pecados; los redimí; fui hecho
pecado por su pecado, para que en Mí puedan ser hechos justicia de Dios; llevé
sus dolencias y sus enfermedades. Yo los libré de la autoridad de las tinieblas;
los engendré, haciéndolos criaturas nuevas. Esto es lo que Él dice, asimismo la
traducción griega dice: "Mantengámonos firmes en decir la misma
cosa." ¡Es nuestra confesión! La confesión suya le hará un prisionero o le
hará libre. Nuestra confesión es el resultado
de nuestra creencia, la cual es el resultado de pensar bien o mal.
Primero, es menester que sepamos lo
que Dios nos ha hecho en Cristo y que lo crearnos y lo confesemos. Es nuestra
confesión de ello lo que crea la realidad, y entonces se hace real en nuestra
vida.
Segundo, necesitamos saber lo que Dios
ha hecho en nosotros por Su Palabra y por el Espíritu Santo.
Tercero, es preciso que sepamos lo que
el Señor Jesucristo está haciendo por nosotros en Su ministerio de hoy a la
diestra de Dios el Padre en los cielos.
Cuarto, es necesario que sepamos lo
que la Palabra de Dios hará por nosotros a través de nuestros labios, o lo que
Dios puede hacer por medio de nosotros.
En Filipenses 2:13 leemos:
"Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer,
por su buena voluntad". Dios obra en nosotros; Dios obra por medio de
nosotros; y Dios no obra aparte de nosotros. Dios dio a la iglesia la autoridad
y la comisión de "ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda
criatura".
El plan de Dios es operar por medio de
nosotros. El Espíritu Santo nos ayuda; Él no hace el trabajo. Este pensamiento es otro en el cual hemos
errado. Me refiero a la importancia de pensar bien. "Que lo haga el
Espíritu Santo," ha sido el grito de nuestro grupo. ¡El Espíritu Santo no
fue enviado para hacerlos La palabra griega ha sido traducida
"consolador". La Versión Revisada Americana dice: "Yo no os
dejaré sin ayuda. Vendré a vosotros. Os enviaré otro ayudador". La palabra
griega paraclete que fue traducida consolador, quiere decir "uno llamado
al lado de otro para ayudar."
Dios no nos envió al Espíritu Santo
para hacer al trabajo. Él le envió para ayudarnos a hacer el trabajo.
Demasiadas veces todo se le deja al Espíritu Santo. Si el Espíritu Santo lo
hace, no hay por qué enviar misioneros. Enviemos al Espíritu Santo al África
para que Él convierta a aquella gente.
Enviemos al Espíritu Santo a la India para que El convierta a aquellos
pecadores. Enviemos al Espíritu Santo a la América del Sur. ¿Por qué gastar tanto
dinero en preparar y en educar a los misioneros para enviarlos a los perdidos?
El Espíritu Santo trabaja por medio de nosotros. Él trabaja por la Palabra de
Dios en nuestra boca.
Muchas veces rogamos: "Dios,
convence a este amigo de sus pecados, dale una convicción verdadera". Pero
la convicción jamás le vendrá hasta que alguien le dé la Palabra de Dios. Si no
oye la Palabra de Dios, no será convencido. Pablo dijo en Romanos 10:13-14:
"Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo,
pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de
quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?" La Biblia
dice que Dios ordenó que los hombres fueran salvos por medio de la predicación
de la Palabra.
Creemos, sí, en las señales y
maravillas, pero las señales y maravillas no salvan a nadie. Atraen la atención
de la gente, y una vez obtenida su atención uno puede decirles como ser salvos.
El día de Pentecostés, ciento veinte
personas hablando en lenguas no salvaron a nadie. Ni uno se convirtió hasta que Pedro comenzó a
predicarles la Palabra. Claro es que queremos ver señales, maravillas y
milagros, pero ellos solos no bastan. El pecador no será salvo hasta que
alguien le diga cómo. Alguien tiene que predicarles la Palabra.
Si nuestro pensar no es correcto en
estas cosas, nuestra creencia será errónea. Entonces lo que decimos no estará
bien y estaremos confusos y derrotados. Tenemos que darnos cuenta de lo que la
Palabra de Dios puede hacer por medio de nuestros labios porque el Espíritu
Santo ha sido enviado para ayudarnos.
Tantas veces sólo queremos recibir una
bendición en la iglesia y rogamos: " Señor, haz venir a la gente, y Señor,
salva Tú a la gente". La verdad es que la responsabilidad es nuestra.
Tenemos al Espíritu Santo para ayudarnos a traer gente a la iglesia, para
ayudarnos en la salvación de la gente, y para ayudarnos en la obra de Dios. A
menos que vayamos a hacerlo, estamos perdiendo nuestro tiempo en largas horas
de oración.
Cierta mujer me pidió que orase por
ella. Ella había ayunado por tres días y tres noches buscando la voluntad de
Dios para su vida. Le pregunté lo que había averiguado y ella dijo que Dios
quería que visitara a la gente, que repartiera tratados y que evangelizara. Le
dije que yo podría haberle ahorrado los tres días de ayuno si me hubiera
preguntado, porque eso es lo que la Palabra de Dios enseña, y eso es lo que
Dios espera de todos Sus hijos. Si uno no puede ver eso, no es salvo o está
decaído.
Le pregunté qué oración quería que
hiciese, y me respondió: "Ruegue para que yo haga lo que Él me dice".
Yo le contesté: "No, no lo
haré". Ella sabía lo que Dios quería de ella y era su responsabilidad el
hacerlo. Si Ud. sabe lo que Dios quiere que haga, y no quiere hacerlo, que Dios
tenga compasión de Ud., Dios no le obligará.
Un hombre rico que pertenecía a cierta
iglesia jamás había pagado los diezmos. Un día vio lo que la Biblia enseña
sobre el diezmo. Entonces se levantó en la iglesia para pedir las oraciones de
la gente para que él pagara diezmos. Él no necesitaba que nadie orara al
respecto; simplemente debía hacerlo. Así
pasa con muchas cosas de nuestras vidas.
No hay que pedir que otros oren por ellas. Si sabemos lo que debemos hacer,
hagámoslo. La verdad es que algunas personas
piden oraciones en tales asuntos porque no quieren hacer la voluntad de Dios, y
tratan de eludir la responsabilidad, poniéndola en Dios. Lo que vale no es solamente lo que Ud. sepa
personalmente acerca del Señor Jesucristo, sino lo que la Palabra de Dios dice
que Ud. es "en Cristo".
Les propuse a un grupo de creyentes
que cada uno preparase su propia lección bíblica, y luego si alguien les
llamara a hablar a una asamblea, tendrían más material del que podrían usar y
en efecto ayudarían y bendecirían al grupo. Propuse que leyesen todo el Nuevo
Testamento, mayormente las Epístolas, que están llenas de frases, tales como:
"en Cristo," "en Él," y "en Quien". Tal expresión
se usa o se sobreentiende unas ciento treinta y cuatro veces. Cada una de estas
expresiones habla del creyente, de lo que él ya tiene, o de lo que puede tener.
Muchos cristianos vienen a mí
diciendo: "Hermano, leo tal y cual cosa en la Biblia, y sé que la Biblia
dice que esto es la verdad en cuanto a los creyentes. Sé que soy salvo y lleno
del Espíritu Santo, pero la promesa no me parece real".
Yo les pregunto: "¿Ha actuado
alguna vez como si fuera real? ¿Le ha dicho a alguien que ésta es la verdad?
¿Ha confesado que es la verdad?"
Me han respondido: "¡Oh, no! Quería esperar hasta estar cierto de
ella".
Yo contesto: "¿Porqué? ¿Cree Ud.
que la Biblia miente? La Biblia dice que
es la verdad. ¿Es la Biblia una mentira?"
"¡Oh, no! Pero quiero que se haga una realidad en mí;
entonces lo diré".
Pero si confesores con tu boca... Hay
que confesar que una promesa es la verdad antes de sentirla. Según la Palabra, ya es la verdad.
Me acuerdo de una señora que por tres
años había asistido a un instituto bíblico. No era predicadora, ni pretendía
serio. Fue para educarse. Su pastor me dijo que ella era la más destacada laica
de su iglesia. Era maestra de la escuela dominical, y tomaba parte en todas las
actividades de la iglesia. Ella me dijo una vez después de una de mis
predicaciones: "Hermano, hice lo que Ud. me dijo y todavía no he leído
todos los ciento treinta y cuatro versículos; sin embargo, he leído veinticinco
de ellos detenidamente. Soy salva, llena del Espíritu Santo, y he hecho lo
mejor que he podido para el Señor en todas las cosas. Pero, sabe Ud. que ahora
me siento como si acabara de ser salva. Estas Escrituras son tan reales que me
parece que acabo de nacer de nuevo".
Le dije que la verdad era que ella
nació de nuevo hacía muchos años, pero nunca había andado en la luz de su
experiencia. Siempre había tenido todo esto; era suyo. Le pertenecía, pero
antes no había osado confesarlo y apropiarlo. Por eso no había andado en ello.
Cuando confiesa Ud. lo que es en
Cristo, lo reclama y anda en ello, no hace más que apropiar la realidad de lo
que es suyo legalmente. Triste es decir que muchos nunca se darán cuenta de
esto y quedarán como cristianos recién nacidos. Jamás podrán gozar de la
plenitud de lo que son en Cristo. Hemos hablado del pensar bien o mal, del
confesar bien o mal, y del valor de ello. Recuerde nuestras expresiones:
"en Él, " "en Quien," y "en Cristo". Estas son
usadas o indicadas en Colosenses 1:13. No dice "en Él," "en
Quien," o "en Cristo," pero se sobreentiende. Dice: "El
cual (refiriéndose a Cristo) nos ha librado de la potestad de las
tinieblas". Se sobreentiende que eso es lo que tenemos en Él.
Puede titular su lección bíblica,
"Hechos Bíblicos", o bien "Realidades en Él", o
"Realidades de la Redención", o "Lo que Tengo en Cristo".
Me acuerdo de la primera vez que fui a
la cuidad después de recuperarme de mi enfermedad. Vi a uno que había sido mi
amigo antes de enfermarme. Nos criamos juntos y jugábamos juntos de niños.
Inmediatamente él empezó a hablar de las cosas que habíamos hecho antes de que
me hiciese creyente y antes de mi enfermedad. Él hablaba y se reía de estas cosas,
mas yo estaba sentado allí como si llevara una máscara, como si no supiera ni
jota de lo que hablaba. Por fin, me dijo: "¿Qué te pasa? ¿No recuerdas
estas cosas?"
Yo le respondí: "No recuerdo
nada".
"Tú estás como si no entendieras
lo que digo". Se rió de otra fechoría que habíamos llevado a cabo y volvió
a preguntar: "¿No recuerdas?"
Respondí: "Oye, el individuo que
estaba contigo aquella noche murió. Ha muerto".
El dijo: "Sé que casi moriste,
pero no moriste, y sé que ahora estás aquí sentado".
Le dije todo eso para chocarle y
hacerle pensar. Le dije que no había muerto físicamente, pero que después de
todo no es solamente el hombre físico el que opera. Es también el hombre
interior. Mi perversidad era un resultado de la muerte espiritual que había en
mi espíritu, en mi corazón. Hay un hombre interior.
Yo le hice recordar que la Biblia dice
en 2°Corintios 5:17: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura
es". No tengo un nuevo cuerpo físico, pero, gracias a Dios, algún día voy
a tenerlo. Sin embargo, el hombre interior ya es una criatura nueva. Aquel
hombre viejo ya no vive. ¡Gloria a Dios! Ahora hay una nueva criatura allí.
Un creyente no se renueva como
volteamos un colchón. Es una creación nueva. El colchón está meramente
volteado. Esto no es una reformación, sino algo que jamás ha sido. Una creación
nueva, ¡gloria a Dios! Según una
traducción: "Es un género nuevo". Es decir, algo que no había
existido antes. Somos más que pecadores perdonados. No somos pobres, débiles,
tambaleantes y deplorables miembros de la iglesia. Somos nuevas criaturas en
Cristo Jesús. No sé de Ud., pero éste ha sido mi testimonio y confesión desde
1933.
He leído esta verdad en años recientes
de la pluma de ciertos escritores quienes han tenido la misma experiencia, pero
no recibí de ellos la revelación, pues la sabía antes de leer sus artículos.
Fue mientras estaba enfermo. Primero, antes de leer la Biblia le prometí a Dios
que creería y aceptaría cualquier cosa que hallara en ella. Segundo, le dije
que la pondría en práctica.
Una vez un amigo me pidió que le
hiciese el favor de ir a la casa de su novia por un rato. Ella tenía una
visitante y mi amigo había prometido traer a otro muchacho. Me dijo que sabía
que yo era creyente y por eso no haríamos más que conversar. Así pues, fui con
él y nos sentamos en la entrada de la casa para hablar. Después pusieron un
disco en el tocadiscos y comenzaron a bailar. La muchacha me pidió que bailase,
yo le dije que no bailaba, y le cité 2°Corintios 5:17. Luego mientras tocaban
el disco ella comenzó a llorar. Recibió la convicción cuando le cité lo que la
Palabra de Dios decía, y quería ser salva.
Muchas veces nos vemos salvos
simplemente del pecado. Casi no hacemos más que tambalearnos dando pasos aquí
en la tierra viviendo en "la calle de Poco Progreso", en la última
casa al fin de la manzana cerquita del callejón "Queja". Efesios
1:7-8 dice: "En quien tenemos redención por su gracia, que hizo
sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia. En quien
tenemos (nuestra) redención". Es EN ÉL que somos redimidos.
En Él tenemos nuestra redención. ¿De
qué somos redimidos? Alguien dirá:
"Del pecado". Eso es una parte de la verdad, pero redimidos de lo que
nos hizo pecadores: La muerte espiritual.
Predicamos que Gálatas 3:13 dice
"Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros
maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un
madero)". Hemos mirado a la ley y hemos encontrado que el castigo por
quebrantar la ley de Dios es triple: La pobreza, las enfermedades, y la muerte,
es decir, la muerte espiritual.
Jesús vino para redimirnos porque
estábamos vendidos a una vida de pecado y a la muerte espiritual con el diablo
dominándonos. Pero ahora esto quiere decir que si tenemos la redención en Cristo,
el dominio de Satanás ha sido roto. Quiere decir que Satanás ha perdido su
dominio sobre nuestra vida justamente en aquel momento en que nacimos de nuevo,
hechos criaturas nuevas en Cristo Jesús. Quiere decir que hemos recibido a un
nuevo Señor, a un nuevo Maestro para reinar sobre nosotros, Jesucristo. Satanás
era nuestro señor; Satanás era nuestro maestro. Él nos dominaba, pero puesto
que somos criaturas nuevas en Cristo Jesús, hemos renacido y Jesús es nuestro
Señor. En Romanos 6:14 leemos: "Porque el pecado no se enseñoreará de
vosotros pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia".
Cualquier cosa que tenga señorío sobre
Ud. dominará. El pecado y Satanás son sinónimos, lo cual quiere decir que son a
todo intento iguales en su significado. Se puede expresar el versículo así:
"Satanás no tendrá dominio sobre ti, porque no estás bajo la ley, sino
bajo la gracia".
Cristo nos ha redimido; es nuestra
cabeza; es la cabeza de la iglesia. Si Él es la cabeza de la iglesia, y si
somos miembros del cuerpo de Cristo, luego Él es nuestra cabeza. Entonces,
¿tiene el diablo autoridad alguna para dominar al cuerpo de Cristo? ¡No! Somos de Cristo y bajo Su dominio, Satanás no
puede controlarnos ya que él no puede controlar al cuerpo de Cristo, que es la
iglesia. La dolencia y la enfermedad ya no pueden enseñorearse de nosotros. Las
costumbres antiguas ya no pueden enseñorearse de nosotros. ¿Por qué? Porque somos nuevas criaturas en Cristo
Jesús.
Debemos creerlo. Entonces comenzaremos
a hablar de ello, y luego se hará una realidad en nuestro espíritu. Por la
sangre del Cordero y por la palabra de nuestro testimonio somos hechos
vencedores y así vivimos una vida victoriosa.
Siempre se puede determinar el estado
espiritual de una persona por lo que ésta dice. La mayoría citará estas
Escrituras y luego rogará que se hagan reales en sus vidas, sin saber que si
han nacido de nuevo y están en Él, ya ha sido hecho. Les falta reclinarlas,
alcanzarlas, tomarlas.
Muchos preguntan: "Si es tan
fácil tenerlo, ¿por que no lo tengo yo?" Si tuviera diez mil dólares en un
banco a su nombre y no lo supiera, no le aprovecharía tenerlos, aunque fueran
suyos; sin embargo, sería mentiroso si negara tenerlos. Las cosas espirituales
pueden ser suyas, pero si no lo sabe, no podrá disfrutarlas. Tendrá que
hacerlas suyas, no desde un punto de vista legal sino desde un punto de vista
experimental.
Una de las Escrituras predilectas mías
que se encuentra en el Antiguo Testamento y que me ha ayudado mucho por años,
es: "No temas porque Yo estoy contigo; no desmayes, porque Yo soy tu Dios
que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de Mi
justicia" (Isaías 41:10). Fue dicho a Israel, pero aún se refiere a
nosotros hoy en día.
Muchas veces decimos: "No tema,
vendrá un día mejor". Este es un dicho humano para animar. Pero Dios dice:
"No temas, porque Yo estoy contigo". Este es un buen motivo para no
temer. Dios nos ofrece la salud divina, la liberación divina. ¿Podría uno temer
aún sabiendo que Dios está con él? No,
si sabemos quien es Dios, no podemos temer.
Aun antes de conocer el Evangelio
completo, no lloraba ni pedía a Dios Su ayuda. Abría la Biblia a Escrituras
como éstas; entonces caía de rodillas ante Él y decía: "Dios mío, me
alegro tanto de que estés conmigo y que seas mi Dios. Tú me esfuerzas siempre y
me sustentas con la diestra de Tu justicia, y no tengo que estar en temor
porque Tú me has dicho que no debo turbarme". Así Ud. puede sonreír, hasta
en las horas más negras de su vida.
Es bueno tener amigos que nos apoyan
en nuestras pruebas, pero el Señor siempre está con nosotros. Él es nuestra
ayuda.
No obstante, hay los que están
desanimados, llorando: "¡Oh Dios, ayúdanos!" Dios sí nos ayuda porque
es un Dios de compasión y desciende a nuestro nivel, pero es mucho mejor subir
a Su nivel para alcanzar nuestras bendiciones. Cuando Él tiene que bajarse a
nuestro nivel, nos quedamos bajo cierto sentido de despecho. Estamos así por
pensar mal, por confesar mal y por creer mal. Sin embargo, podemos fortalecer
el pensar bien, el confesar bien, y el creer bien a través de la Palabra de
Dios, y eso nos levantará.
"Si Dios es por nosotros, ¿quién
contra nosotros?" Romanos 8:31. Esta debería ser nuestra confesión. Dios es ciertamente por nosotros. Él no está
en contra nuestra; Él está por nosotros.
Mi madre siempre me recuerda que ore
al viajar. Me aconseja, "Ora cada minuto para que el Señor esté
contigo".
Yo siempre le contesto, "Mamá, yo
nunca oro de esa forma ya que la Palabra dice, 'No te dejaré ni te desampararé
... No temas, Yo estoy contigo ... Yo voy delante de ti.' " ¡Gloria a Dios
por Sus promesas!
Deberíamos pensar como Dios piensa, y
la única forma en que podemos llegar a hacerlo es al pensar Sus pensamientos.
Piense en lo que Dios dice en Su Palabra y confiese que es verdad.
Capítulo 2 – El Creer Bien y Mal.
El creer de corazón, sea para la
salvación, o para el bautismo del Espíritu Santo, o para la salud, o para la
respuesta a una oración es la única manera de recibir algo de Dios. No hay otra
manera.
En Apocalipsis 3:11 leemos el mensaje
que Jesús dio a las iglesias de Asia Menor cuando Se apareció a Juan:
"Retén lo que tienes". Jesús dijo esto porque Él sabia que había un
poder levantado contra nosotros que trataría de derrotarnos, de despojarnos y
robamos.
La fe, ya hemos dicho, es como el
amor. Se manifiesta solamente en la acción o en la palabra. No hay fe sin
confesión. La fe crecerá con la confesión. La confesión hace varias cosas para
el que cree. La confesión nos da rumbo y nos da linderos para la vida. No se
puede recibir nada de Dios sin creer bien y confesar bien. Cuando el hombre se
da cuenta de esto, puede comunicarse con Dios.
Los diez espías fijaron el lindero de
su vida con su confesión. Dijeron: "No lo podemos hacer". Creían que
no podían y así, no pudieron. Israel aceptó el informe de la mayoría y cuando
dijeron "no podemos", vagaron por el desierto.
Caleb y Josué dieron un informe
distinto. Creían que podrían conquistar la tierra. Dijeron: "Bien puede
nuestro Dios entregarlos en nuestras manos". Aquel dicho fijó el lindero
de su vida.
Dios no favoreció a Caleb ni a Josué.
Algunos piensan que Dios quiere a unos más que a otros. No es verdad. Dios no
tiene hijos favoritos ni mimados. Nos quiere a todos con el mismo amor, y Él ha
hecho para todos la misma provisi6n. Dios no quería a Caleb y a Josué más que a
los otros, porque Dios quería hacer para los otros lo que hizo para Caleb y
para Josué. Todos podían haber entrado en la tierra de Canaán, pero con creer
mal, lo cual resultó en confesar mal, fijaron el lindero de sus vidas.
Pablo dijo: "Mirad, hermanos, (y
usó Israel como ejemplo) que no haya en ninguno de vosotros corazón malo de
incredulidad para apartarse del Dios vivo" (Hebreos 3:12). Aquí se refiere
a entrar en las promesas de Dios. Pablo dijo que fallaron en entrar a causa de
su incredulidad. No creyeron bien.
La palabra griega incredulidad tiene
la idea de el que no se deja persuadir. Los hijos de Israel no pudieron entrar
a causa de no querer ser persuadidos. No fue posible persuadirles a obedecer la
Palabra de Dios. Dios dijo: "Les daré la tierra. Ahuyentaré a los gigantes
y se la daré". Pero no fue posible persuadirles a obedecer la Palabra de
Dios.
Hay dos clases de incredulidad:
(1) Hay algunos que dudan por
ignorancia. Su incredulidad se debe a su falta de saber la Palabra de Dios,
porque la fe viene por el oír y el oír por la Palabra de Dios. Si no oyen y no
saben lo que Dios dice, no pueden tener fe.
Hay incredulidad por nunca haber oído
la Palabra. Es por eso que tantos no creen en la sanidad, aunque son salvos.
Nunca han oído la Palabra acerca de la sanidad. Alguien podría decir: "
Pueden leerlo por si solos". Cierto, pero son como Ud. y yo. Yo pertenecía
a un grupo que no creía en la sanidad. Desde la niñez, se nos enseñaba que no
era para nosotros hoy. Por eso, cuando leíamos de ella, no se registraba en
nuestro espíritu porque nuestra mente estaba cerrada y decidida en contra de
ella. Hay que tener la mente abierta a la Palabra de Dios. El remedio para la
incredulidad es el estudio de la Palabra de Dios para saber lo que es suyo
"en Él".
(2) Hay muchos que son como Israel.
Los israelitas sabían que Dios había dicho que les daría la tierra, pero no
pudieron ser persuadidos a obedecer Su Palabra. Hay muchos, bien informados
acerca de la Palabra de Dios, pero no pueden ser persuadidos a obedecerla. Eso
es incredulidad. El remedio para esta clase de incredulidad es la obediencia.
La mayoría de los creyentes son
sinceros, serios y honrados, pero débiles. Puede sonar como una equivocación,
pero no lo es. Es el resultado de nunca haberse atrevido a hacer una confesión
de lo que son en Cristo. Uno puede saber lo que es en Cristo. Los israelitas
sabían que Dios habla dicho: "Les daré la tierra". Todo lo que Dios
había dicho había ocurrido según Su promesa. Le habían seguido en otras cosas,
pero en este caso no quisieron ser persuadidos a obedecer Su Palabra.
Una gran mayoría de creyentes no andan
en la luz que poseen. Oran: "Dios dame algo", o "Haz esto por
mí". Dios no hará nada hasta que ellos actúen según lo que saben. Cuando
lo hagan, recibirán la contestación.
Cuando yo estaba gravemente enfermo,
mi familia creía que iba a trastornarme porque leía tanto la Biblia. Hasta
hicieron venir al médico para decirme que no leyera tanto la Biblia porque
perdería la mente. A muchos les sería de beneficio perder la mente natural y
recibir una mente espiritual. Yo sabia de donde estaba recibiendo mi salud y
mis fuerzas; por tanto seguía leyendo y estudiando la Palabra de Dios. Si los
creyentes dejaran a un lado el pescar y el cazar, y anhelasen las cosas
profundas espirituales de Dios, serían mejores seguidores de Cristo.
Después de ser salvo, vi que había el
Nuevo Testamento y el Antiguo. Decidí que el Nuevo Testamento había sobrepasado
el Antiguo. Por eso, leía más de las Epístolas, porque ellas me dicen quien soy
y lo que soy en Cristo. Esa es la confesión que quiero mantener porque es una
confesión vencedora que derrota al diablo. Muchos pastores, predicadores y
laicos leen otras partes. Con el transcurso del tiempo se puede notar ya que
nunca se oye una nota de victoria en su predicación.
Conocí a un pastor que nunca predicaba
de nada más que de profecía, y siempre predicaba el lado funesto. Con el tiempo
sus miembros se cansaron de su predicación sombría y cambiaron de iglesia. Este
predicador tuvo una muerte penosa. Es posible predicar de la profecía de tal
manera que resulta ser de bendición, e igualmente puede resultar de maldición.
Es lo mismo con los demonios. Uno
puede mostrar que tiene autoridad sobre ellos y es de bendición. Pero la
predicaci6n sobre los demonios puede asustar a muchos individuos. Damos gracias
a Dios que los suyos no tienen que temblar ni temer ante ellos.
Si vivimos en las Epístolas, tendremos
un lugar de victoria. Pablo nombró varias cosas que confrontaríamos, y luego
dio el resumen diciendo: "Antes en todas estas cosas somos más que
vencedores". Somos más que vencedores, y ese "más" nos ensancha
el campo.
Cuando predico sobre la mente, algunos
se asustan. Se les sugiere la religión metafísica. Sin embargo, la Biblia habla
mucho acerca de la mente, como en Isaías 26:3: "Tú guardarás en completa
paz a aquel cuyo pensamiento (mente) en Ti persevere". La Palabra de Dios
nos enseña a "tener la mente de Cristo". Filipenses 4:8 dice:
"Por lo demás, hermanos, todo los que es verdadero, todo lo honesto, todo
lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay
virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad".
Lo que uno piensa influye mucho. Creo que
es debido a eso que muchos están enfermos, a pesar de que un montón de
oraciones hayan sido hechas por ellos. Van adondequiera que oigan que algunos
han sido sanados, pero en vano. No se sanan porque su modo de pensar no es
correcto. He visto a muchos por quienes he orado, que al momento parecían
mejor. Algunos hasta declararon que estaban sin dolor ni achaque por dos o tres
días. Yo sabia bien que la enfermedad o el dolor volvería porque el tono
quejoso persistía en su voz. Seguían pensando, creyendo y hablando mal, hasta
quedar en lo mismo de antes. Es en las Epístolas donde hallaremos lo que nos
pertenece a los que somos de Cristo, quienes somos, como Dios nos ve, y lo que
Él piensa de nosotros.
Es más fácil seguir el pensamiento
humano que lo que Dios dice. No hay cosa más difícil que obligar la mente a
dejar lo que dicen los hombres y seguir lo que Dios dice. Nos es preciso
meditar y pensar en la Palabra de Dios, además de creerla en el coraz6n.
Todos los médicos y todos mis amigos
dijeron que no me era posible sobrevivir mi enfermedad, pero en vez de
escucharles, elegí creer lo que la Palabra de Dios dijo que Él habla hecho por
mí. Sí, más fácil hubiera sido escuchar a mis amigos, a los médicos y a mis
propios sentidos. Pero me resolví a aceptar Su Palabra y hoy gozo de buena
salud.
La razón porque la fe se encuentra tan
ahogada y sojuzgada es que el hombre no ha osado creer sencillamente o confesar
lo que Dios dice que es, o lo que Dios dice de él. ¿Será porque el hombre nunca
ha leído ni descubierto quién es? ¿Será
porque el hombre se ha envuelto demasiado en la historia del pasado y nunca se
ha dado cuenta de que tenemos un Nuevo Testamento y que somos criaturas nuevas
en Cristo, y que Él nos ama y quiere que tengamos lo mejor? ¿O después de todo, estará la mente humana
tan ocupada con otras pequeñeces mundanas?
La creencia y la confesión diarias de
lo que Dios el Padre es para Ud., de lo que Jesús hace ahora a su favor, a la
diestra del Padre, y lo que el Espíritu Santo hace en Ud., edificarán una vida
sólida de fe. Crecerá hasta no temer las circunstancias, ni ninguna enfermedad,
ni ninguna condición. Se enfrentará a la vida sin miedo, un vencedor. Llegará a
comprender la verdad de Romanos 8:37: "Antes en todas estas cosas somos
más que vencedores". Nunca será vencedor hasta confesar que lo es.
Una confesión mala, por supuesto, es
una confesión de fracaso, de derrota y de la supremacía de Satanás. Algunos
siempre hablan de su lucha con el diablo. Ensalzan al diablo. El hablar de
estar luchando con el diablo, de como le hace enfermar, de como impide sus
empresas, es una confesión de derrota y fracaso.
Cuando uno habla de las cosas buenas
de Dios y de lo que Él ha hecho, es una confesión que da gloria al Señor.
Empezamos a hacer la confesi6n correcta. Algunos no le entenderán cuando ande
por la fe, pero debe hacerlo de todas formas.
De recién casados, mi señora no podía
entenderme. Me acuerdo que una vez se enfermó y yo oré por ella. No pudo
asistir a la reunión del miércoles por la noche. Cuando llegué de la iglesia,
me preguntó: “¿Pediste que la gente orase por mi?"
Conteste: "No".
"Pues, ¿ni les contaste que estoy
enferma?"
"No, porque ya habíamos orado por
ti y declaramos que Dios oyó nuestra oración, entonces ¿porqué pedir que oren
ellos?" Dios o nos oyó, o no nos oyó. Sería otra cosa si no hubiéramos
declarado que nos oyó. Estas son las cosas que nos derrotan. Por esta confesión
volvemos a hacer lo mismo repetidas veces y no avanzamos nada. Un hombre nunca
acabaría de edificar una casa si echara el fundamento un día y lo sacara al
otro, siguiendo así una y otra vez. Pero eso es lo que hacemos espiritualmente.
Mi señora y yo habíamos orado en casa
y habíamos declarado que Dios nos había oído y le habíamos dado las gracias por
habernos oído. Entonces si hubiéramos dicho en la iglesia: "Oren todos. Mi
señora y yo declaramos que Dios nos oyó, pero hemos decidido que no nos oyó.
¿Quisieran Uds. hacer otra oración?" Así habríamos hecho una confesión
incorrecta. Hay que tomar una posición y permanecer firme en nuestra confesión.
Habiendo declarado que Dios ha oído mi
oración, nunca vuelvo a repetirla. No importa lo que vea, lo que sienta, lo que
mis sentidos me digan; me quedo con ella, la sostengo con la tenacidad de un
mastín y no la dejo escapar.
Nadie, de hecho, oró por mí cuando
estaba en mi lecho de enfermedad. Sencillamente leí la Biblia, la creí e hice
conforme a ella. Fui sanado en 1934. Casi cinco años después, en 1939, asistí a
un campamento del Evangelio Completo, habiendo ya predicado en varios lugares.
Sentado en el culto, sentí punzadas agudas alrededor del corazón. Este temblaba
y parecía parar. Hasta me fallaba la respiración. El ministro estaba orando por
los enfermos.
El diablo me dijo: "Oye, nadie ha
orado por ti. Pasa para que ese ministro ore por ti".
Sin pensar, hice para levantarme a
pedir la oración. De repente pude pensar y dije: "Vil diablo, ¿cómo es
esto? ¿Qué hago yo pidiendo que oren por
mí? Dios me sanó hace cinco años y estoy
aún con salud".
Durante todos esos años habla declarado
que Dios me había sanado y habla estado bien de salud, siempre sano.
Repentinamente, Satanás había simulado unos síntomas, procurando hacerme creer
que no estaba sano. En primer lugar, él no tenia autoridad alguna sobre mi.
Únicamente podía procurar conseguir hacerme creer los síntomas y consultar con
mis sentidos. Pero quedé firme, insistí en que Dios me habla sanado, y que no
aceptaría otra cosa, ni permití que ningún pensamiento dudoso entrara en mi
mente. Los síntomas desaparecieron.
Si hubiera pedido las oraciones del
ministro, en lugar de ganar algo, habría perdido lo que había disfrutado por
tantos años. Tanto mis hechos como mis palabras habrían confesado que mi
confesión anterior era falsa. Al instante el diablo habría entrado y me hubiera
derrotado. La confesión mala nos vence.
Debemos decir: "En el nombre de
Jesús, pido la contestación a esta petición". Tal vez no haya llegado aún
al día siguiente, pero hay que andar por la fe y mantener nuestra
confesión. El diablo le dirá que debe ir
a pedir las oraciones de cierto pastor. Algunos dicen que el diablo no le dirá
que vaya a pedir las oraciones, pero lo hará. Le maniobrará hasta una posición
de derrota. No le importa ceder un poco para poder ganar al final.
De niño jugaba a las damas con mi abuelo.
Muchas veces me alegraba con ideas de estar ganando, y entonces el abuelo me
llevaba a una posición que le permitía capturar casi todos mis peones. El
proceder del diablo es parecido. No le importa ceder un poco hasta tenerle en
una posición donde pueda quitarle todo.
Tome la Palabra de Dios y quédese con
ella. Haga lo que mandó Jesús: Retenga
su confesión y pelee la buena batalla de la fe. No permita que el diablo le
desaloje de su posición firme.
Me he mantenido firme por días,
semanas, hasta meses. No cedí ni un centímetro. He dicho al diablo que
retendría mi confesión hasta la muerte, que no me rendiría. He quedado firme
porque sé que Dios ha oído mi oración y que tengo la contestación a la petición
que hice.
Pocos ven que nuestras confesiones malas
nos aprisionan y que sólo la confesión buena nos pondrá en libertad. No es
únicamente lo que pensamos sino también las palabras que hablamos las cuales
nos dan fuerza o nos debilitan. Nuestras palabras nos son trampas y nos tienen
en cautividad, o nos ponen en libertad. Nuestras palabras se hacen poderosas en
las vidas de otros. Es lo que confesamos con la boca que en verdad domina
nuestro ser. Inevitablemente confesamos lo que creemos. "De la abundancia
del coraz6n habla la boca." Si hablamos de la debilidad y del fracaso, es
porque creemos en la debilidad y en el fracaso. Es sorprendente el ver la fe
que la gente tiene en las cosas falsas.
Un escritor, Donald Gee, comentó en
sus libros sobre el Espíritu de Temor, basado en 2°Timoteo 1:7, "Porque no
nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor, y de dominio
propio".
Parece que los hombres de su familia
tenían la tendencia a morir temprano, alcanzando unos treinta y ocho años, más
o menos. Les daba alguna enfermedad a los pulmones. Por eso tenía él un
creciente temor a esto y cada resfrío o catarro le recordaba la enfermedad.
Fue al médico, quien se dio cuenta de
este gran temor. Le dijo al paciente que al abrigar este temor, abría su
sistema a esa enfermedad, que este temor le hacía más susceptible a ella.
Cuando tenía treinta y dos años,
Donald Gee recibió el Espíritu Santo, y Dios le reveló la Escritura de que Él
no nos ha dado espíritu de miedo. Comenzó a resistir al diablo y se apoyó en la
Palabra de Dios. Ahora tiene setenta y ocho años. Hubiera podido retener su
miedo hasta ser alcanzado por la enfermedad y ese miedo le hubiera dominado
completamente.
El doctor John G. Lake fue misionero
al África años antes del movimiento del Evangelio Completo. No tenía salario, y
Dios suplía sus necesidades de maneras asombrosas. La contagiosa y mortífera
plaga bubónica invadió su región y morían por centenares. El doctor cuidaba a
los enfermos y enterraba a los muertos. Por fin los ingleses enviaron un vapor
con médicos, medicinas y materiales. Los médicos invitaron al misionero a
bordo. Sabiendo que hacía tiempo que estaba en la región, querían saber porqué
no le había dado la plaga.
Este respondió: "Señores, creo
que la Ley de la Vida en Cristo Jesús me ha librado de la Ley del Pecado y de
la Muerte, y mientras ando en la luz de esa Ley de Vida, ninguna enfermedad ni
ningún microbio puede prenderme".
Los médicos le rogaron que tomase uno
de los remedios preventivos que tenían. Este respondió: "Señores, puede
ser que les interese un experimento. Observarán que los que contraen la plaga
mueren con convulsiones, echando de la boca una espuma sangrienta. Si ponen esa
espuma debajo de un microscopio, hallarán que contiene millones de microbios
vivos, los cuales sobreviven por algún tiempo. Tomaré de esta espuma sangrienta
y pondré la mano bajo el microscopio, y verán que todo microbio que toca mi
piel muere".
Los doctores estuvieron de acuerdo e
hicieron la prueba. Era verdad, los microbios morían al tocar su piel.
Esto era fe hablando. La Palabra de
Dios robustece la fe. Muchas veces nuestra fe necesita un estímulo, muchos
libros buenos que hablan de la Palabra de Dios ayudan. Pero acuérdese siempre
de que nada le será imposible (Marcos 9:23; Lucas 1:37) si piensa bien, cree
bien, y confiesa bien.
Capítulo 3 – El Confesar Bien y Mal.
"Por tanto, teniendo un gran sumo
Sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra
profesión (o confesión)".
Hebreos 4:14.
Hablamos de pensar bien o mal, de
creer bien o mal, y de confesar bien o mal. Lo que da éxito al creyente es
pensar bien, creer bien y confesar bien. Es fácil decir: "Creo. Sí, lo
tengo en el corazón". Sin embargo, en el momento menos pensado decimos con
la boca algo distinto. La palabra de fe tiene que estar en nuestra boca.
Asombrosa es la fe que tienen los
creyentes en cosas que no sirven. Si pusieran la misma fe en las cosas que
sirven, serían sobresalientes. No necesitarían más fe que la que ya tienen.
Los que confiesan sus necesidades,
aumentarán el peso de ellas. Siempre
confesándolas, estas necesidades ganan ascendencia sobre sus vidas. Pero Jesús
es nuestro Señor, y si retenemos la confesión que Él es nuestro Señor, entonces
Él ganará ascendencia en nuestra vida y nos hará sobresalientes. Nunca nos
levantaremos por encima de nuestra confesiones. La confesión de nuestra boca
que sale de la fe en nuestro corazón vencerá completamente al diablo en todo
combate. Si un individuo no cree en el corazón lo que confiesa con la boca,
entonces no tiene resultado. El confesar que Satanás tiene el poder para
estorbar e impedir nuestro éxito le da el poder sobre ese individuo.
Colosenses 2:15 dice así: "Y
despojando a los principados y a las potestades los exhibió públicamente,
triunfando sobre los en la cruz". Si Cristo venció al diablo por nosotros,
¿porqué domina a tantos? Es porque le permiten hacerlo. Muchos creen que Dios
es responsable por todo lo que les ocurre a ellos. Dios no tiene la culpa de nada. Creen que a
Dios le toca hacer algo para remediar sus males. Pero le toca al individuo
hacer algo.
Lo que hizo Jesús, llevando a cabo el
gran plan de la redención, en Su muerte y en Su resurrección de entre los
muertos, y derrotando al adversario por nosotros, ha sido puesto en nuestras
manos, y nos toca a nosotros poseer la tierra.
En el principio Dios creó los cielos y
la tierra, y después de hacerlo todo, lo entregó a Adán, dándole el dominio
sobre toda la obra de sus manos. Adán podía hacer con todo ello lo que le
pareciera. Si quería entregárselo al diablo, le era posible, y así lo hizo. Los
humanos han quedado confundidos desde entonces, diciendo: "Dios sabía lo
que iba a pasar", o "¿Porqué permitió Dios que el diablo hiciera tal
cosa?"
Dicen estas cosas por no conocer la
Biblia, la cual claramente dice que Dios creó los cielos y la tierra y que dio
al hombre el dominio sobre la obra de Sus manos. Nos ha dado el dominio sobre
todas las cosas. Dios ya no tiene la responsabilidad; el hombre la tiene desde
que Dios se la dio.
Si le doy a alguien un automóvil, no
tendrá la culpa si éste lleva contrabando en él, ¿verdad? Responderá la persona
por su uso del auto, porque yo se lo di. El auto ya no corre a mi cuenta, y el
dueño puede usarlo a su gusto.
¿Se ha dado cuenta Ud. de cómo todos
los diferentes autores del Nuevo Testamento escribieron a las iglesias
diciéndoles que hicieran algo en cuanto al diablo? Los creyentes deben vivir en
las Epístolas, las cartas escritas a las iglesias. Pedro dijo: "Vuestro
adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar".
He oído declaraciones tales como: "El diablo me persigue; oren por mí, que
no me agarre". "Dios, haz algo contra el diablo". "Padre,
no le dejes alcanzarme". "Jesús, reprende al diablo".
Tales oraciones no valen nada. Sería
lo mismo decir: "Aserrín, aserrán, los maderos de San Juan". Pedro
dijo: "Vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar". Pero Pedro no se detuvo ahí; prosiguió con lo
que nos toca hacer. "Al cual resistid firmes en la fe". A Ud. le toca
hacer algo en contra del diablo. Ud. tiene que resistirlo firme en la fe.
Dígale al diablo: "La Palabra dice que Jesús te derrotó. Eres un enemigo
vencido, diablo. El Nuevo Testamento dice que no tienes autoridad sobre mí.
Este Nuevo Pacto, Dios ha establecido con el hombre por la sangre de Cristo.
‘Por tanto Cristo es hecho fiador de un mejor pacto'. Este pacto nuevo no dice
que tienes autoridad sobre mí, sino que yo tengo autoridad sobre ti. Satanás,
déjame porque estás vencido".
Así se hace la buena confesión, y así
se vence al diablo. Cuando hacemos una confesión mala, le damos a Satanás el
dominio sobre nosotros. Santiago dijo: "Resistid al diablo, y
"huirá" de vosotros”. Aquí se refería a los creyentes. No dijo que debíamos pedir a Dios que Él
resistiera al diablo y le hiciera huir de nosotros. No dijo que buscáramos al
pastor y por sus oraciones alejáramos al diablo. A menos que Ud. resista al
diablo no huirá de Ud. Yo puedo resistirlo y huirá de mí, pero no puedo
resistirlo por Ud. Yo puedo orar por otros en fe, pero si mantienen una
confesión mala, mi oración no vale nada. Invalidará mi oración (1°Pedro 5:8;
Santiago 4:7).
Hay unos tan ignorantes que creen que
yo puedo hacer con fe una oración por ellos, sin mirar en lo que creen, y que
recibirán contestación. Es una locura suya, y en contra de la Palabra de Dios.
Muchos dicen que creen el Nuevo
Testamento pero es mentira. Son ignorantes en cuanto a la Palabra de Dios.
Preguntan: "Si sana Ud. a los enfermos como lo hizo Jesús, ¿porqué no sana
a todo el mundo?" El que dice que Jesús sanó a todos los enfermos es
mentiroso, porque la Palabra de Dios dice claramente que Jesús no sanó a todos
los enfermos. La falta de fe impidió a Cristo el hacer muchas cosas, según
Marcos 6:5-6: "No pudo hacer allí ningún milagro, salvo que sanó a unos
pocos enfermos, poniendo sobre ellos las manos. Y estaba asombrado de la
incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor, enseñando".
Jesús no pudo hacer una gran obra
allí. ¡No pudo! ¿Porqué no pudo? La Biblia dice que fue por causa de la
incredulidad.
A veces leemos en la Biblia que todos
fueron sanados. A veces todos los de mis reuniones son sanados, a veces unos
pocos. La disparidad se halla en la fe o en la incredulidad del individuo. Esto
se ve por todo el ministerio de Jesús. Según Mateo 13:58: "Y no hizo allí
muchos milagros, a causa de la incredulidad de ellos". Por consiguiente,
si la incredulidad estorbaba a Cristo en Su trabajo aquí en la tierra, y si Él
por Su Espíritu Santo obra por medio de nosotros, entonces la incredulidad le
impedirá obrar por medio de nosotros o de la iglesia.
Pablo escribió a la iglesia de Efeso:
"Ni deis lugar al diablo". ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que no debemos dar al diablo
lugar en nosotros. El diablo no puede tomar lugar en nosotros si no se lo
permitimos.
Cuando Cristo se levantó de entre los
muertos con toda la autoridad en los cielos y en la tierra, delegó a la iglesia
la autoridad en la tierra. Le toca al creyente hacer algo con lo que Dios nos
ha dado. No le toca a Dios. Nos toca a Ud. y a mí, como creyentes, creerlo y
ponerlo en práctica. Resista al diablo y tenga la confesión correcta para poder
mantener dominio sobre el diablo.
Si la confesión de alguien no está de
acuerdo con la Palabra entonces ensalza al diablo, llenando el corazón con un
espíritu de temor y de debilidad. Pero
si osadamente confesamos la Palabra de Dios, el cuidado de Dios, la protección
del Padre celestial, y declaramos que es verdad lo que dice en Su Palabra, que
el Nuevo Pacto rige hoy, que tenemos un Sumo Sacerdote que ha pasado a los
cielos y está en acción hoy, entonces podemos mantener una victoria constante,
y tener bajo nuestro dominio al diablo tal y como Cristo lo ordenó.
Cuando declaramos: "Mayor es el
que está en nosotros, que el que está en el mundo". "Mayor es el que
está en nosotros, que ninguna fuerza alrededor de nosotros," entonces
subiremos encima de toda influencia satánica. Satanás no podrá dominarnos. Este
es el campo en que luchamos y así se determina si ganamos o perdemos (1°Juan
4:4).
Cuando confesamos dudas y temores,
negamos la gracia y la capacidad de Dios. Un creyente nunca debe tener que ver
con dudas ni con temores, porque las dudas y los temores son narcóticos del
diablo. "Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía (temor) sino de
poder, de amor y de dominio propio" (2°Timoteo 1:7). Nos ha dado un
espíritu de poder, de amor, y de dominio propio. ¡Gloria a Dios!
Somos de la familia de Dios. Somos Sus
hijos. La fe, el amor y el poder son nuestros. En lugar de confesar dudas y
temores; confesemos fe, amor y poder. Confesemos lo que dice la Palabra, y
nuestra fe robustecerá.
Cuando confesamos debilidades o
enfermedades, confesamos abiertamente que la Palabra de Dios no es verdad y que
Dios no es fiel. Sin embargo, ¿qué dice Dios de las enfermedades y las
dolencias? Dice: "Y por Su llaga fuimos nosotros curados. Ciertamente
llevó Él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores".
T.L. Osborn dice en uno de sus libros:
"Su confesión de enfermedad es como su firma en un recibo por un paquete
que le llega por correo. El diablo tiene su recibo. Ud. lo ha aceptado".
Esto es lo que pasa: en lugar de
confesar que Él llevó toda enfermedad y toda dolencia, y las quitó; Ud.
confiesa que aún las tiene.
Dios me condujo despacito a responder
a las cosas espirituales. Casi hay que dejar a un lado la mente, y operar desde
el hombre interior (el corazón o el espíritu) para entrar en las cosas de Dios.
Yo padecía de dos males graves del
corazón. El médico dijo que cualquiera de los dos podía causar la muerte. Tenía
el cuerpo casi inmóvil, la sangre de un color anaranjado; los glóbulos blancos
habían acabado con los rojos de tal forma que no había cómo normalizar la
sangre. Podía tomar un vaso de agua, y de acuerdo con lo que las pruebas
mostraban, en lugar de ir al estómago; iba a dar al lado izquierdo del pecho, y
al fin llegaba al estómago. Le pregunté la causa al doctor.
Me dijo que mi pecho estaba
malformado, no bien desarrollado. En el pecho normal algunos conductos deben abrirse
y algunos deben cerrarse, pero en mi pecho todos se abrían. La cirugía no
podría corregir tal deformidad; únicamente Dios, dijo el médico.
No había manera de sanarme a no ser
por la misericordia de Dios. Empecé a leer la Biblia vieja de mi abuela. Ella
fue salva hace unos cien años en un avivamiento metodista. Hallé que aquella
tenía algo que decir acerca de mi enfermedad y mi dolencia. La Palabra de Dios
me dice: "Por Su llaga fuimos nosotros curados". Allí estaba yo
sufriendo todos los días dos o tres ataques cardíacos. Tenía las piernas
paralizadas. Estuve en cama quince meses y medio bajo el cuidado de los mejores
médicos de Estados Unidos.
Ni por un momento dudé que yo había
dejado de orar. Muchas noches las pasaba orando casi hasta el amanecer, horas y
horas. No menosprecio la oración, pero se requiere más que el orar; se requiere
la oración de fe.
Lo malo es que tantos oramos sin poner
en práctica lo que creemos, y no conseguimos nada. No hay en la Biblia palabras
de Jesús ni de ningún otro que digan que la mera oración resulta. Pero Jesús
dijo: "Todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis".
Unos creyentes dirán: "Yo creo en
la oración". Eso no significa absolutamente nada. Puede ir a Tibet donde
verá una religión más antigua que el cristianismo. El sacerdote sentado da
vueltas a una rueda de oración mientras los fieles oran. Un sacerdote sirve
ciertas horas, luego otro, y así. Da vueltas a la rueda para enviar peticiones
a su dios. No las dirige a nuestro Dios, pero ora: "Perdónanos nuestros
pecados, las cosas que hemos hecho, las cosas que no hemos hecho, y las cosas
que debíamos haber hecho." Intercede por el pueblo de su religión. Si le
pregunta si cree en la oración, le dirá a Ud. que no hay en el mundo otra
religión que crea tanto en la oración como la de él. Pero su religión no libra
a los hombres de la opresión; no tiene valor.
Otro ejemplo nos dan los musulmanes,
pues hay millones de ellos que todos los días a ciertas horas vuelven la cara
hacia la Meca, se postran en el suelo y oran a Mahoma. Sí, creen en la oración.
En Italia hay un lugar donde la gente
tira dinero para conseguir quien ore por ellos. Algunos besan los pies de los
santos, procurando sus oraciones a favor de ellos. Han sabido gastar los dedos
de los pies de una imagen de tanto besarlos. Sí, creen en la oración.
Repito, no digo que no debamos orar.
Lo que digo es que se requiere más que la mera oración. Si cree Ud. lo que dice
la Palabra, entonces haga conforme a su creencia. Ore, déjelo, y proceda como
si la contestación hubiera llegado en el momento de su oración; haga más que
orar solamente.
El Doctor Charles Price, pastor de una
iglesia grande en California, fue a oponer una campaña en la cual unos de la
iglesia de él decían que fueron sanados. Un anciano de su iglesia, cojo y
tomador de rapé fue a una reunión de la campaña y Dios le sanó.
El pastor estaba trabajando en su
jardín cuando oyó a alguien cantar. Venía aquel anciano, bien derecho diciendo:
"Aleluya, pastor, ¡el Señor me sanó!"
Respondió el pastor: "¿Verdad?
Bueno, al parecer está Ud. bien".
El anciano añadió: "Le diré algo
más, pastor. Me llenó del Espíritu Santo también. Y hablé en otra lengua y fui
librado del rapé".
El pastor dijo entre sí: "Pobre
viejo, está medio chiflado. Le han metido en algo". Pero tantos iban a las
reuniones y les gustaban tanto que el pastor resolvió ver por sí mismo lo que
pasaba, y volver a traer de allí a sus miembros. Pensaba preparar un sermón en
contra de la sanidad divina y hasta enviarlo a la prensa. Fue a la campaña. La
primera reunión a que asistió le pareció bien, sin nada a que oponerse.
La segunda vez le invitaron a sentarse
en la plataforma, lo que hizo, aunque de mala gana. Nunca había escuchado mejor
sermón que el que oyó aquella noche. Cuando se hizo el llamamiento a los que
quisieran ser salvos a ponerse de pie, este pastor se levantó. Su vecino le
tiró de la chaqueta para que se volviera a sentar creyendo que había entendido
mal; pero, éste declaró que a pesar de ser predicador no era salvo. Dios le
salvó aquella noche y le llenó del Espíritu Santo. Su mensaje fue cambiado y
anunciaba la sanidad.
Este mismo pastor tenía una amiga en
el hospital con cáncer. Fue a verla y halló al médico y a las enfermeras con
ella. Se salió de la habitación para no molestar. Luego el médico salió a
decirle que había hecho bien en venir y que quería que orase por la paciente,
pues sería calmante y consolador. El
médico se asombró de la respuesta del pastor: "No voy a calmarla. Voy a
reprender a esa vil enfermedad en el nombre de Jesús, y creo que Dios la
sanará". Así lo hizo, y veinte años después la señora aún estaba sana. Hay
muchos que creen que la oración sirve sólo para calmar a una persona: Para
algunos no es nada mis que un calmante.
Cierta señora me dijo que había entrado
en el hospital para hacerse operar de un tumor. Los cirujanos creían que ya era
tarde. Pero una enfermera que era del Evangelio Completo le dijo que Dios la
sanaría. La enfermera y su pastor oraron por la señora. Dios la sanó y los
médicos ya no pudieron hallar el tumor.
Después de salir del hospital, la
señora empezó a asistir a la iglesia del Evangelio Completo. Antes pertenecía a
una iglesia donde se enseñaba que la sanidad, el hablar en otras lenguas y los
milagros cesaron después de los tiempos de los apóstoles. Su suegra y sus
parientes eran de la misma iglesia. La
miraban como a una turbada. Su propia madre le dijo que el sanarse fue su
suerte y nada más, y que Dios no sana hoy día. Pasó a decirle: "He sido
miembro de mi iglesia estos cuarenta años, y hasta el día de hoy nunca he
recibido la contestaci6n a una oración y sé que tú tampoco".
La hija le preguntó: "Dígame,
¿porqué ora entonces?" Hay muchos que oran a fuerza de la costumbre.
Yo si estaba fuera de todo límite
humano. Dios sabe las horas que pasé en oración. Pero no tenían el más mínimo
efecto. Decidí que tenía que haber una equivocación y sabía que no se debía a
Dios; y por lo tanto era yo quien tendría que cambiar.
Pregunté: "Señor, ¿qué
sucede? Algo anda mal porque no logro
nada, no recibo nada". Dios me enseñó por Su Espíritu, por medio de Su
Palabra. Jesús dijo a los discípulos que el Espíritu Santo traería a su memoria
las cosas que les había enseñado. Él tomaría las cosas de Jesús y las revelaría
a los discípulos. Me las mostró a mí (Juan 16:13-14).
Tenia que creer que estaba sanado. Mi
mente natural se puso en contra; gritó en contra. Se puede hacer tanto alboroto
con la mente como con las manos y los pies. Vale la pena estar quieto y
escuchar al Espíritu. Mi mente repetía: "Estás loco, estás loco." Sin
embargo dije: "No, lo veo. Lo veo claramente. Sé porque no he recibido la sanidad. Sigo
confesando que tengo mi problema cardíaco. Sigo confesando que estoy inmóvil.
Puedo sentir el pulso de mi corazón. Sigo confesando que estoy enfermo. Pero Su
Palabra dice que estoy sanado. La Palabra de Dios dice que Él hizo algo con la
enfermedad y la dolencia. Estoy reteniendo la enfermedad y mientras la retenga
voy a tenerla. Tengo que dejarla ir. Tengo que empezar a confesar que lo que Él
dice es verdad. Estoy creyendo lo que mis sentidos me dicen en lugar del
testimonio de la Palabra de Dios. Necesito recibir el testimonio de la Palabra
de Dios. La Palabra de Dios dice que estoy sanado.
Y así seguí diciéndoselo al diablo.
¡Ay hermano! No crea que no tendrá una batalla. No crea que tendrá una cama de
pétalos de flores. ¡Oh no! Dios no se lo ha prometido. "Pelead la buena
batalla de la fe ... resistid al diablo y huirá ... retén lo que tienes ... al
cual resistid firmes en la fe". Tales términos indican un esfuerzo tenaz
de nuestra parte. "Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino
contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas
de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes".
El luchar denota un esfuerzo enérgico.
Este lugar no es un esfuerzo físico como luchar con un hombre, sino una lucha
con el reino espiritual, una lucha espiritual. Estos versículos dicen que tiene
que haber en el reino espiritual una pelea, una lucha, una resistencia, un
esfuerzo hecho. Lo sé porque lo he experimentado (Efesios 6:12).
Retenga su confesión. Reténgala. No la
retenga débilmente ni negligentemente, sino firmemente, fuertemente. La mía la
retuve fuertemente. Yo dije: "Nada, diablo, la Biblia dice que estoy
sanado". Eso mismo es lo que Ud. tendrá que hacer. Dejé de retener la
confesión de mis sentidos y me aferré a lo que decía la Palabra de Dios. Eso es
lo que me dio la victoria y hará lo mismo con Ud.
Formemos la costumbre de hacer lo que
dice la Palabra. La Palabra le sanará si la pone en práctica. Dicen las
Escrituras: "Envió Su palabra y los sanó".
Se lee en Proverbios 4:20-22:
"Hijo mío, está atento a Mis palabras; inclina tu oído a mis razones. No
se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón; porque son vida a los
que las hallan, y medicina a todo su cuerpo".
Supongamos que Ud. fue al médico y
recibió una receta; la hizo llenar y entonces puso el remedio en el estante en
casa y se sentó a mirarlo sin tomarlo. Por cierto no le ayudaría, ni esperaría
Ud. nada de él. Tendría que obedecer las órdenes del médico y tomar la
medicina. Además, para sacar el provecho, tendría que seguir sus instrucciones.
No podrá imitar al individuo que compró un remedio para su hijito. En el envase había estas palabras:
"Agítese bien antes de usar". Aquel alzó la criatura y la sacudió.
Hay que seguir las instrucciones. La Palabra de Dios le sanará si sigue Sus
instrucciones. "Porque Mis palabras son medicina a todo su cuerpo".
Empapémonos de la Palabra de Dios
hasta ser tan sabedores de ella que a cada paso pensamos en ella y en lo que
ella dice. Mientras otros hablan de cualquier cosa; nosotros deberíamos hablar
de lo que la Palabra dice. Ella dice que "Él suplirá toda nuestra
necesidad"; dice que "Él me ha sanado". Su confesión correcta se
hará una realidad, y recibirá de Dios todo lo que necesite. Ponga en práctica
Su Palabra, ¡HOY MISMO!.
Comunidad Cristiana
Centro de Avivamiento
“JESUCRISTO ES EL
SEÑOR”
Lima-Perú.
Si Usted. Nesecita ayuda en
su vida por causa de algún problema de tipo personal, conyugal o familiar,
ponemos a su disposición un servicio de
Conserjería Espiritual, Fundada en la Palabra de Dios. Con toda libertad llame
al Pastor: Ramiro Roque Paiva, al Celular: 997201914, para hacer una cita y
Orar por Usted. Y ayudarle a cambiar su
vida, o envie su petición de Oración a la siguiente dirección de Correo
Electrónico: ramiroroque2003@yahoo.com. Este servicio es totalmente gratis para Usted.
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